En busca de la libertad perdida

À l'inspiration naïvement dadaïste d'Alonso

No será el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación
André Breton

IMAGINACIÓN, LOCURA Y LIBERTAD



En el Primer Manifiesto del Surrealismo, sus autores afirman reconocer a los locos como « víctimas de su imaginación”. En su mundo imaginario, los alienados son sordos que no escuchan las críticas y que no se preocupan por los castigos que sufren en los centros de reclusión. Breton añade, además que, en cualquier caso, las alucinaciones, las visiones y todas las manifestaciones de la locura significan una extraordinaria fuente de inspiración y de placer.
Los surrealistas, fascinados por las expresiones de la locura, afirman que es ahí precisamente donde el inconsciente se revela; el pensamiento funciona libremente, fuera de cualquier intervención consciente de la realidad. A este respecto, Breton y Paul Éluard elaboraron textos simulando enfermedades mentales, como el delirio de interpretación, la manía aguda o la demencia precoz (en La Inmaculada Concepción). Según Breton, el espíritu poéticamente orientado del hombre “normal” es capaz de reproducir, a grandes rasgos, las manifestaciones verbales más paradójicas y excéntricas. Este espíritu puede, según él, someterse a las principales ideas delirantes sin que esta práctica entrañe ningún problema duradero y sin poner en peligro su facultad de equilibrio.
Sin embargo, sabemos que durante la aventura de Los Campos Magnéticos, los autores llegaron a sentir verdadero pánico ante el matiz peligroso que las experiencias comenzaban a desarrollar. Al final de largas y febriles  sesiones de creación, los autores se dieron cuenta de que su integridad psíquica comenzaba a verse amenazada y rechazaron llegar todavía más lejos. De la misma manera, y volviendo a la célebre “época de los sueños”, el grupo surrealista abandonó sus experiencias colectivas que servían para encontrar en ellas los productos de un tipo de pensamiento, de los que incluso ellos ignoraban su existencia. Este tipo de prácticas, cercanas a las experiencias de hipnosis o sueños colectivos, se convirtió pronto en algo realmente arriesgado y peligroso. Por ejemplo, Benjamin Péret, convencido de que veía agua, se tiró sobre la mesa simulando nadar. Robert Desnos, por su parte, se armó de un cuchillo de cocina y persiguió a su camarada Éluard; y fue Crevel quien, en el transcurso de una de las últimas experiencias, invitó a sus compañeros a un suicidio colectivo.

En el imaginario surrealista, el concepto de locura y el de imaginación, están íntimamente ligados. También en el Primer Manifiesto, los autores comienzan su obra con enorme fuerza y determinación, dirigiéndose al hombre en tanto que “soñador definitivo, cada día más descontento de su suerte”, es decir, llaman su atención admitiendo que la sociedad donde el hombre vive, acaba de vivir una horrible guerra que ha terminado con todas sus ilusiones y esperanzas y que éste hombre, por tanto, se encuentra ante un horizonte débil e incierto. Se trata, por tanto, de un hombre que sueña (o que tiene que soñar, al menos) con una sociedad distinta y liberada.
Así pues, al hombre se le exige que se posicione ante su destino cargado de imaginación y de un espíritu renovado, ya que, “entre tantas desgracias (…) hay que reconocer que lo único que nos ha quedado es la libertad del espíritu”. Los autores del Manifiesto conceden a esta imaginación un papel extremadamente poderoso: lo único que queda es la imaginación para llegar a la completa y absoluta liberación del hombre.

Muy pronto, las manifestaciones creadoras del movimiento se verán expuestas en el marco de exposiciones colectivas, acciones improvisadas o representaciones públicas, caracterizadas por un fuerte carácter provocador y contestatario. Se tratar de llevar la imaginación hasta su grado más extremo, provocando en el público una respuesta revulsiva ante las expresiones del arte.
A este respecto, no hay que olvidar los espectáculos en los que Hugo Ball, disfrazado con su traje cubista de cartón diseñado por Janco, recitaba “poemas abstractos”. 






Siguiendo esta senda, la senda de la imaginación como sinónimo de libertad absoluta, Lars von Trier, en su película Los Idiotas (Idioterne, 1998), bucea en este concepto en busca de su “idiota interior”.. Encontrar su “idiota interior” supondrá la liberación definitiva de la persona que logra experimentar este sentimiento. Se trata de la expresión de sí mismo, “fuera de toda preocupación moral o estética”; se trata de liberarse de los miedos, los prejuicios, los temores y de revelarse contra una sociedad podrida, hipócrita y depravada con la mirada limpia y clara que proporciona la liberación completa del espíritu, abandonándose, al mismo tiempo, a los impulsos y pulsiones más profundas y primitivas.
Muy próxima a la teorización en torno al concepto imaginación-locura-libertad que acabamos de ver, esta película propone y demanda al hombre que se posicione ante su descontento con respecto a la sociedad, que tome consciencia del papel que debe interpretar, cercano a la ingenuidad, al espíritu infantil o a la alienación mental. Esta conducta dará lugar a una respuesta subversiva y provocadora que supone su implicación activa y real.
Los protagonistas de la película, representarán por tanto escenas, siempre en público, simulando enfermedades mentales, provocando el desagrado y el rechazo de quienes asisten a estas performances improvisadas.
En cualquier caso, para encontrar la fuente y el sentido de esta película, habrá que ir a buscar la semilla sembrada por surrealistas y dadaístas, su gusto y su defensa profunda de la libertad absoluta, de la que el hombre es el único responsable.





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